Las Cascadas de Coto Brus – 30 y 31 de diciembre del 2006
Esta es una historia que siempre he querido contar, pero hasta hoy me armé de valor para escribirla. Todos estos hechos son verídicos y ocurrieron entre el 30 y el 31 de diciembre del 2007 en el sector de Las Cruces de Coto Brus, Costa Rica. Voy a tratar de resumirla porque es larga y cada vez que la cuento me vienen a la cabeza los recuerdos de esos malos momentos.
Noche del 30 de diciembre:
Esa noche decidí salir con dos compañeras de trabajo a las fiestas patronales de Agua Buena de Coto Brus. En las fiestas nos tomamos unas cervezas y, aparte de un par de minutos lidiando con un borracho medio majadero que estaba hablándole a una de mis compañeras, todo resultó bien.
De camino a mi casa pasé dejando a las dos compañeras de trabajo (vivian juntas y no muy lejos de la propiedad donde yo vivía) y cuando llegué a mi casa (el antiguo bar Las Cascadas) encontré una moto extrañamente parqueada justo frente al porton por donde yo usualmente tenía que meter el carro, justo al lado de la puerta principal del edificio.
Esta es una zona muy solitaria, el vecino mas cercano está a unos 500m y no hay recepción de celular ni teléfonos públicos. Así que en vez de llamar a alguien para que me ayudara a ver que había pasado, comencé a tocar el pito del carro y a cambiar las luces para ver si alguien salía de los matorrales (o en el peor de los casos, de mi casa!) a correr la moto. Cuando oí a mi perro Cristobal ladrando dentro de la casa respiré mas tranquilo porqué por un momento sospeché que alguien se había metido a robar las pocas cosas que tenía dentro del edificio.
Dejé el carro frente a la propiedad (al lado de la moto), abrí la puerta del edificio y rápidamente me dormí pensando que al día siguiente la extraña moto no iba a estar frente al portón. No le dí mayor importancia al asunto.
Mañana del 31 de diciembre:
Me desperté temprano para ir al trabajo. Antes de hacerme el desayuno me asomé por la ventana esperando no ver mas la moto. La moto seguía en el mismo lugar que la noche anterior.
Después de unos minutos de pensarlo, decidí salir con el buen Cristobal por la puerta de atrás del edificio a tratar de ver que había podido pasar con el o los motociclistas. Para evitar sustos amarré el perro a la correa y salimos caminando. Yo iba hablando y cantando en voz alta, tratando de llamar la atención por si el dueño de la moto todavía estaba cerca.
Cuando estaba acercándome al portón noté que Cristobal erizó el pelo y de un momento a otro salió un hombre con la camisa ensangrentada del matorral al otro lado del portón. Cristobal hizo fuerzas para tirarsele encima a morderlo, pero yo le jalé la correa y el tipo ese, bastante asustado, me dijo que lo disculpara y que lo dejara explicarme lo que había sucedido.
En pocas palabras, el hombre, que no recuerdo el nombre y de talvez unos 30 años, me contó que la noche anterior se había ido de borrachera en su natal Ciudad Neily, y que tanta había sido la juma que la esposa lo terminó echando de la casa. Vino a dar a San Vito por el famoso “zarpe” y cuando iba de vuelta para Ciudad Neily estaba tan borracho que no vio la curva antes de mi casa y salió volando con todo y moto.
Aparte de unos raspones a él no le pasó nada, pero a la moto se le zafó el tapón de la gasolina y se quedó sin gasolina. Después de contarme la historia, me pidió el favor de llevarlo a la gasolinera de San Vito a comprar gasolina. En ese momento no sospeché nada raro, así que al par de minutos nos montamos en el carro y salimos hacia San Vito.
De camino me contó más de su vida: camionero de Ciudad Neily, con dos furgones, casado, un hijo y que (me pareció bastante extraño que me lo dijera tan abiertamente) varios amigos lo conocian como “el conejo californiano”… ¿y porqué el extraño apodo? por que le encantaba la “mecha” (y me lo dijo con esas mismas palabras!)
Cuando llegamos a la gasolinera mi nuevo “amigo” va saliendo con la historieta de que la noche anterior había dejado perdida la billetera. Me suplicó le prestara 5000 colones para comprar la gasolina, comprometiéndose a volver en la tarde desde Ciudad Neily a devolvérmelos (eso es una manejada de por lo menos 40 minutos!).
Yo no quería mas problemas frente a una gasolinera un 31 de diciembre, así que le presté los 5 mil y el tipo llenó una botella de plástico con la gasolina. Nos devolvimos a mi casa, lo dejé frente a la moto con el tarro de gasolina y yo me fui para el trabajo. Quedamos en que él volvía a eso de las 4pm con los 5mil pesos y que, según el, me iba a invitar a unas cervezas por haberle salvado el año nuevo.
Tarde del 31 de diciembre:
Luego del trabajo volví a mi casa a eso de las 3pm pensando en la extraña situación. En la casa todo iba normal hasta que por ahí de las 4pm oí el pito de una moto y al tipo este gritando “¡memito, memito, mi amigo!”.
Al oírlo gritando mi perro Cristobal ladró como pocas veces había ladrado. Ver a mi perro actuando tan extrañamente me hizo pensar que algo malo podía pasar esa tarde.
En efecto, el tipo llegó dando brincos, gritándome muy feliz que la esposa lo había perdonado y que ella estaba tan agradecida de la ayuda que me iba a hacer un arroz con pollo para la cena de año nuevo. El asunto es que él no traía el arroz con pollo ni los tales 5 mil pesos que le presté (que ya ni me importaban), supuestamente había hecho todo el viaje para invitarme a su casa a comer con su familia y sus amigos esa noche.
La propuesta me pareció un poco sospechosa porque el hombre ni siquiera se había cambiado la camisa ensangrentada y tampoco le había puesto tapón a la moto (le puso un plástico amarrado con una liga). Yo muy amablemente le agradecí diciéndole que ya tenía planes para esa noche, pero al tipo no le gustó mi respuesta.
Me decía a gritos que yo lo había salvado, que él quería devolverme el favor. Me hablaba de su esposa, de sus amigos y sus vecinas que me quería presentar. Fue como media hora de tratar de convencerme, media hora en que yo seguía diciéndole "no y no".
La cosa comenzó a cambiar cuando el tipo este me dijo que confiaba en mi: “yo se que ud es un carajo legal, yo se que puedo confiar en ud”. Mas extraño me sonó cuando comenzó a decir que su confianza era tal que él sabía que podía dejar la moto conmigo, que podía dejar un carro o hasta uno de sus camiones sin la menor preocupación de que les pasara algo, todo porque yo era “un carajo legal”. A mi me sonó eso muy sospechoso… sospechas que se aclararon en unos minutos cuando me confió sus verdaderos negocios.
Antes de escribirlos tengo que aclarar que talvez lo de sus negocios era puro cuento, pero yo no estaba en condiciones de dudarle o mucho menos investigar si era cierto. En resumidas cuentas lo que el individuo este me dijo fue que su vida la dedicaba a transportar cocaina escondida en sus dos furgones desde Panama hasta los diferentes países de Centroamérica... y todavía recuerdo sus palabras tratándome de convencer de ir a su casa:
“mae yo lo que quiero es devolverle el favor, vamos a mi casa y le presento a los compas que manejan la jugada acá, para que vean que ud es compa mio… ud nunca sabe cuando esos maes lo pueden salvar”
Como se podrán imaginar yo me asusté mucho. Le dije que a mi no me interesaba a que dedicara su vida, que yo no soy de andar en esos negocios y que tampoco me llaman la atención. En ese momento también pensé que tener a ese personaje de enemigo no era ninguna buena idea.
Después de varios minutos de oír sus invitaciones, varios minutos en que yo también pensaba en mis opciones (él sabia donde vivía, donde trabajaba, y que vivía solo con mi perro) decidí hacer lo impensable: aceptar ir a la cena pero con la condición de que nada mas iba por agradecerle a la esposa, sin la menor intención de conocer a nadie… mucho menos a sus tales amigos.
Me fui en mi carro hacia Ciudad Neily y el tipo iba manejando su moto adelante. Aunque no soy una persona muy religiosa, en esos momentos pensaba en todo lo malo que me podía pasar mientras trataba de recordar cuanta oración me enseñaron en la escuela primaria. Luego de bajar la Fila de Cal, el hombre me paró diciendo que pasáramos al Mega Super a comprar unos helados para la esposa. Yo de no muy buena gana acepté.
Entramos al Mega Super de Ciudad Neily y el tipo comienza a hablarme a gritos, como si fuéramos amigos desde hace años. Yo fui directo al lugar de los helados y compré uno o dos galones. Con los helados en la mano fui a hacer fila a la caja y, mientras esperaba a que la cajera me atendiera, vi a dos lacras entrar al supermercado. Y digo dos lacras porque eso es lo que eran… un hombre y una señora con cara de malos, sucios, despeinados, parecían como si hubiesen pasado la noche en alguna acera del pueblo. Al ver a mi “amigo” dentro del supermercado se fueron a discutir con el. Yo no oía lo que le decían pero se veía que era una discusión acalorada, tanto así que los clientes y los dependientes del supermercado notaron la escena y alguien terminó llamando a la policía.
A pesar de la impresión de la discusión y los policías, entendí que esa era la oportunidad que estaba esperando para escaparme de tan incomoda y peligrosa situación. Al momento en que los policías llegaron yo acababa de pagar los helados y me dirigía donde mi “amigo” para decirle que ese no era el año nuevo que yo quería pasar. Al acercarme, recuerdo que el tipo me gritó:
“tranquilo mae, estos son unos amigos (refiriéndose a los policías), móntese en el carro y lo veo afuera”
Yo, serenamente, le di la bolsa con helados a los policías y le dije bastante enojado que ese era el final: No mas…
Salí del supermercado, me monté a mi carro y me devolví a mi casa… Ese 31 de diciembre traté de dormirme muy temprano, apagando todas las luces de mi casa y despertándome muchísimas veces con el sonido de cada moto que pasaba al frente.
A la semana me cambié de casa, a una zona más poblada, en una casa donde viví feliz y tranquilamente hasta que me vine para San Francisco.
Noche del 30 de diciembre:
Esa noche decidí salir con dos compañeras de trabajo a las fiestas patronales de Agua Buena de Coto Brus. En las fiestas nos tomamos unas cervezas y, aparte de un par de minutos lidiando con un borracho medio majadero que estaba hablándole a una de mis compañeras, todo resultó bien.
De camino a mi casa pasé dejando a las dos compañeras de trabajo (vivian juntas y no muy lejos de la propiedad donde yo vivía) y cuando llegué a mi casa (el antiguo bar Las Cascadas) encontré una moto extrañamente parqueada justo frente al porton por donde yo usualmente tenía que meter el carro, justo al lado de la puerta principal del edificio.
Esta es una zona muy solitaria, el vecino mas cercano está a unos 500m y no hay recepción de celular ni teléfonos públicos. Así que en vez de llamar a alguien para que me ayudara a ver que había pasado, comencé a tocar el pito del carro y a cambiar las luces para ver si alguien salía de los matorrales (o en el peor de los casos, de mi casa!) a correr la moto. Cuando oí a mi perro Cristobal ladrando dentro de la casa respiré mas tranquilo porqué por un momento sospeché que alguien se había metido a robar las pocas cosas que tenía dentro del edificio.
Dejé el carro frente a la propiedad (al lado de la moto), abrí la puerta del edificio y rápidamente me dormí pensando que al día siguiente la extraña moto no iba a estar frente al portón. No le dí mayor importancia al asunto.
Mañana del 31 de diciembre:
Me desperté temprano para ir al trabajo. Antes de hacerme el desayuno me asomé por la ventana esperando no ver mas la moto. La moto seguía en el mismo lugar que la noche anterior.
Después de unos minutos de pensarlo, decidí salir con el buen Cristobal por la puerta de atrás del edificio a tratar de ver que había podido pasar con el o los motociclistas. Para evitar sustos amarré el perro a la correa y salimos caminando. Yo iba hablando y cantando en voz alta, tratando de llamar la atención por si el dueño de la moto todavía estaba cerca.
Cuando estaba acercándome al portón noté que Cristobal erizó el pelo y de un momento a otro salió un hombre con la camisa ensangrentada del matorral al otro lado del portón. Cristobal hizo fuerzas para tirarsele encima a morderlo, pero yo le jalé la correa y el tipo ese, bastante asustado, me dijo que lo disculpara y que lo dejara explicarme lo que había sucedido.
En pocas palabras, el hombre, que no recuerdo el nombre y de talvez unos 30 años, me contó que la noche anterior se había ido de borrachera en su natal Ciudad Neily, y que tanta había sido la juma que la esposa lo terminó echando de la casa. Vino a dar a San Vito por el famoso “zarpe” y cuando iba de vuelta para Ciudad Neily estaba tan borracho que no vio la curva antes de mi casa y salió volando con todo y moto.
Aparte de unos raspones a él no le pasó nada, pero a la moto se le zafó el tapón de la gasolina y se quedó sin gasolina. Después de contarme la historia, me pidió el favor de llevarlo a la gasolinera de San Vito a comprar gasolina. En ese momento no sospeché nada raro, así que al par de minutos nos montamos en el carro y salimos hacia San Vito.
De camino me contó más de su vida: camionero de Ciudad Neily, con dos furgones, casado, un hijo y que (me pareció bastante extraño que me lo dijera tan abiertamente) varios amigos lo conocian como “el conejo californiano”… ¿y porqué el extraño apodo? por que le encantaba la “mecha” (y me lo dijo con esas mismas palabras!)
Cuando llegamos a la gasolinera mi nuevo “amigo” va saliendo con la historieta de que la noche anterior había dejado perdida la billetera. Me suplicó le prestara 5000 colones para comprar la gasolina, comprometiéndose a volver en la tarde desde Ciudad Neily a devolvérmelos (eso es una manejada de por lo menos 40 minutos!).
Yo no quería mas problemas frente a una gasolinera un 31 de diciembre, así que le presté los 5 mil y el tipo llenó una botella de plástico con la gasolina. Nos devolvimos a mi casa, lo dejé frente a la moto con el tarro de gasolina y yo me fui para el trabajo. Quedamos en que él volvía a eso de las 4pm con los 5mil pesos y que, según el, me iba a invitar a unas cervezas por haberle salvado el año nuevo.
Tarde del 31 de diciembre:
Luego del trabajo volví a mi casa a eso de las 3pm pensando en la extraña situación. En la casa todo iba normal hasta que por ahí de las 4pm oí el pito de una moto y al tipo este gritando “¡memito, memito, mi amigo!”.
Al oírlo gritando mi perro Cristobal ladró como pocas veces había ladrado. Ver a mi perro actuando tan extrañamente me hizo pensar que algo malo podía pasar esa tarde.
En efecto, el tipo llegó dando brincos, gritándome muy feliz que la esposa lo había perdonado y que ella estaba tan agradecida de la ayuda que me iba a hacer un arroz con pollo para la cena de año nuevo. El asunto es que él no traía el arroz con pollo ni los tales 5 mil pesos que le presté (que ya ni me importaban), supuestamente había hecho todo el viaje para invitarme a su casa a comer con su familia y sus amigos esa noche.
La propuesta me pareció un poco sospechosa porque el hombre ni siquiera se había cambiado la camisa ensangrentada y tampoco le había puesto tapón a la moto (le puso un plástico amarrado con una liga). Yo muy amablemente le agradecí diciéndole que ya tenía planes para esa noche, pero al tipo no le gustó mi respuesta.
Me decía a gritos que yo lo había salvado, que él quería devolverme el favor. Me hablaba de su esposa, de sus amigos y sus vecinas que me quería presentar. Fue como media hora de tratar de convencerme, media hora en que yo seguía diciéndole "no y no".
La cosa comenzó a cambiar cuando el tipo este me dijo que confiaba en mi: “yo se que ud es un carajo legal, yo se que puedo confiar en ud”. Mas extraño me sonó cuando comenzó a decir que su confianza era tal que él sabía que podía dejar la moto conmigo, que podía dejar un carro o hasta uno de sus camiones sin la menor preocupación de que les pasara algo, todo porque yo era “un carajo legal”. A mi me sonó eso muy sospechoso… sospechas que se aclararon en unos minutos cuando me confió sus verdaderos negocios.
Antes de escribirlos tengo que aclarar que talvez lo de sus negocios era puro cuento, pero yo no estaba en condiciones de dudarle o mucho menos investigar si era cierto. En resumidas cuentas lo que el individuo este me dijo fue que su vida la dedicaba a transportar cocaina escondida en sus dos furgones desde Panama hasta los diferentes países de Centroamérica... y todavía recuerdo sus palabras tratándome de convencer de ir a su casa:
“mae yo lo que quiero es devolverle el favor, vamos a mi casa y le presento a los compas que manejan la jugada acá, para que vean que ud es compa mio… ud nunca sabe cuando esos maes lo pueden salvar”
Como se podrán imaginar yo me asusté mucho. Le dije que a mi no me interesaba a que dedicara su vida, que yo no soy de andar en esos negocios y que tampoco me llaman la atención. En ese momento también pensé que tener a ese personaje de enemigo no era ninguna buena idea.
Después de varios minutos de oír sus invitaciones, varios minutos en que yo también pensaba en mis opciones (él sabia donde vivía, donde trabajaba, y que vivía solo con mi perro) decidí hacer lo impensable: aceptar ir a la cena pero con la condición de que nada mas iba por agradecerle a la esposa, sin la menor intención de conocer a nadie… mucho menos a sus tales amigos.
Me fui en mi carro hacia Ciudad Neily y el tipo iba manejando su moto adelante. Aunque no soy una persona muy religiosa, en esos momentos pensaba en todo lo malo que me podía pasar mientras trataba de recordar cuanta oración me enseñaron en la escuela primaria. Luego de bajar la Fila de Cal, el hombre me paró diciendo que pasáramos al Mega Super a comprar unos helados para la esposa. Yo de no muy buena gana acepté.
Entramos al Mega Super de Ciudad Neily y el tipo comienza a hablarme a gritos, como si fuéramos amigos desde hace años. Yo fui directo al lugar de los helados y compré uno o dos galones. Con los helados en la mano fui a hacer fila a la caja y, mientras esperaba a que la cajera me atendiera, vi a dos lacras entrar al supermercado. Y digo dos lacras porque eso es lo que eran… un hombre y una señora con cara de malos, sucios, despeinados, parecían como si hubiesen pasado la noche en alguna acera del pueblo. Al ver a mi “amigo” dentro del supermercado se fueron a discutir con el. Yo no oía lo que le decían pero se veía que era una discusión acalorada, tanto así que los clientes y los dependientes del supermercado notaron la escena y alguien terminó llamando a la policía.
A pesar de la impresión de la discusión y los policías, entendí que esa era la oportunidad que estaba esperando para escaparme de tan incomoda y peligrosa situación. Al momento en que los policías llegaron yo acababa de pagar los helados y me dirigía donde mi “amigo” para decirle que ese no era el año nuevo que yo quería pasar. Al acercarme, recuerdo que el tipo me gritó:
“tranquilo mae, estos son unos amigos (refiriéndose a los policías), móntese en el carro y lo veo afuera”
Yo, serenamente, le di la bolsa con helados a los policías y le dije bastante enojado que ese era el final: No mas…
Salí del supermercado, me monté a mi carro y me devolví a mi casa… Ese 31 de diciembre traté de dormirme muy temprano, apagando todas las luces de mi casa y despertándome muchísimas veces con el sonido de cada moto que pasaba al frente.
A la semana me cambié de casa, a una zona más poblada, en una casa donde viví feliz y tranquilamente hasta que me vine para San Francisco.
Qué año nuevo más extraño, espero que el resto le haya ido mejor. Seguro se trataba de un asalto o algo así, esos policías fueron como ángeles por suerte.
ResponderBorrarsi, de verdad que fue horrible... pero por dicha el resto del año estuvo bien
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