el huracán y los 39
Mi bienvenida al último trayecto de la tercer década fue huracanada.
Cumplir años es siempre un evento significativo para mi. Me sirve para repasar mis días anteriores, mis sueños de años atrás, ubicar el lugar donde estoy y (ojalá!!) replantearme el camino a seguir.
Cuando vivía en San Francisco y decidí dejar la ciudad tuve muy claro que el mundo académico no era lo mío. Los egos, la competencia feroz entre colegas y demás ideas asociadas con el gremio (y que lo viví en carne propia) hicieron que cerrara la puerta a ese - supuestamente - tan atractivo doctorado. Aclaro que el proceso de hacer el doctorado (la investigación) me encanta, lo que no me llama la atención es lo que sigue luego del phd para alguien que sí disfruta muchísimo vivir en un país tropical, cerca de la playa y las montañas.
Dormí mal esa noche, me desperté tarde al día siguiente. El estómago lo tenía muy irritado y por más agua que tomé, el malestar me hacía despertarme cada pocas horas. El jueves, en vista del arribo del huracán, afortunadamente nos dieron libre en el trabajo.
Tuve la opción de irme a San José donde mis papas y hermanos, donde mi novia, pero por pura obstinación decidí quedarme en Liberia y vivir en carne propia el huracán. Estando atento a las noticias de la aproximación de Otto, decidí salir a correr 10km a las 3:30pm por unos senderos que rodean el campus de la Universidad Nacional y que entre potreros y charrales salen al sector de Barrio La Cruz de Liberia. Volví a las 4:30pm con un cielo gris, que a los pocos minutos dejó caer una leve llovizna.
La ingenuidad del novato a los huracanes me hizo pensar que el ciclón iba a perder toda su fuerza apenas entrara a tierra, pero esa ingenuidad se convirtió en preocupación a eso de las 6 y algo de la tarde cuando la lluvia aumentó y fue acompañada por ráfagas de viento de una fuerza inusual para la ciudad de Liberia. He experimentado vientos con más fuerza en pleno verano en La Cruz de Guanacaste, pero nunca en Liberia. Las palmeras de los vecinos se movían, la electricidad iba y volvía, mi novia y mi papá me mensajeaban preocupados y yo únicamente pensando en dos cosas: sin electricidad tenía que rendir al máximo la batería de mi teléfono celular y la posibilidad de una "malacrianza" del río Liberia, que corre a unos 400m del lugar donde vivo.
Encendía mi teléfono esporádicamente para ser bombardeado por reenvíos de mensajes de auxilio de gente en Upala, Bijagua y Fortuna de Bagaces. Entre la angustia de los mensajes y tratar de mantener la cabeza fría y atenta a cualquier eventualidad, llegó el mensaje de una compañera de trabajo diciendo que el río Liberia se estaba saliendo en el centro de la ciudad. El mensaje me hizo meter en bolsas plásticas lo más preciado de mis pertenencias: mi pasaporte, los discos duros con fotos, mi laptop y los títulos de universidad. La lluvia seguía con un viento constante; escuchaba las ramas de los árboles quebrarse, mientras solo quedaba esperar con el teléfono en la mano a que pasara el huracán.
Paulatinamente llegó la calma. Salí junto con la vecina a ver cómo había quedado la calle para sorprendernos de que los daños eran mínimos: únicamente hojas y ramas delgadas fue lo que el huracán dejó esparcido. En el teléfono decían los mensajes que la calma era porque era el ojo del huracán, una calma esporádica seguida de más vientos y lluvia; en Liberia estábamos a la espera de ese segundo golpe.
Cumplí años un día antes de la llegada del huracán Otto a Costa Rica, horas antes de que sus vientos y lluvia golpearan durante casi dos horas a mi ciudad de Liberia.
El anuncio del huracán hizo que en mi trabajo nos dieran libre el resto de la tarde de mi cumpleaños, no sin - casualmente - tener junto al equipo de trabajo el almuerzo de casi-fin de período laboral. Al finalizar el almuerzo, y dada mi negativa por irme ese mismo día a San José, decidí ir directamente a celebrar mi natalicio tomando unas cuantas cervezas con mi compañero de trabajo Alvaro.
El bar escogido fue el legendario El Victory, a pocos pasos del río que da nombre a la ciudad. Las cervezas vinieron y el típico "zarpe" llegó varias veces, ayudados en gran parte por los retrasos de la esposa de Alvaro en llegar a recogerlo. Entre los famosos personajes de tan distinguido bar, recuerdo que estaba el conocidísimo "sordomudo", que a pesar de realmente ser sordomudo, con mucha destreza se las ingenia para vender lotería... y es una labor de la que es muy reconocido en toda la región porque, según me contó Alvaro, hace no muchos años vendió varios pedazos del gordo navideño. "Con razón estaba de majadero con que le comprara el 35".
Dado el evento, y que aún no se veían nubarrones de la lluvia que supuestamente iba a traer el huracán, decidí caminar hasta mi casa. La distancia será tal vez alrededor de un kilómetro, que junto con las tantas cervezas que hacían efecto en mi cabeza, me hicieron sentir que al dar cada paso tenía la oportunidad de volver a observar las imágenes de mis días andados.
Treinta y nueve años vividos, de felicidades y tristezas, pero afortunadamente... y lo digo ahora en total sobriedad... de más felicidades que tristezas.
Llegué a mi casa a cocinar. Me hice unos vegetales al vapor: brócoli, champiñones y hojas de espinaca que posiblemente algún compuesto tienen que al mezclarse junto con la cerveza me hicieron visitar varias veces la taza del baño, donde boté, pienso, hasta el desayuno de esa mañana.
Cumplir años es siempre un evento significativo para mi. Me sirve para repasar mis días anteriores, mis sueños de años atrás, ubicar el lugar donde estoy y (ojalá!!) replantearme el camino a seguir.
Cuando vivía en San Francisco y decidí dejar la ciudad tuve muy claro que el mundo académico no era lo mío. Los egos, la competencia feroz entre colegas y demás ideas asociadas con el gremio (y que lo viví en carne propia) hicieron que cerrara la puerta a ese - supuestamente - tan atractivo doctorado. Aclaro que el proceso de hacer el doctorado (la investigación) me encanta, lo que no me llama la atención es lo que sigue luego del phd para alguien que sí disfruta muchísimo vivir en un país tropical, cerca de la playa y las montañas.
Dormí mal esa noche, me desperté tarde al día siguiente. El estómago lo tenía muy irritado y por más agua que tomé, el malestar me hacía despertarme cada pocas horas. El jueves, en vista del arribo del huracán, afortunadamente nos dieron libre en el trabajo.
Tuve la opción de irme a San José donde mis papas y hermanos, donde mi novia, pero por pura obstinación decidí quedarme en Liberia y vivir en carne propia el huracán. Estando atento a las noticias de la aproximación de Otto, decidí salir a correr 10km a las 3:30pm por unos senderos que rodean el campus de la Universidad Nacional y que entre potreros y charrales salen al sector de Barrio La Cruz de Liberia. Volví a las 4:30pm con un cielo gris, que a los pocos minutos dejó caer una leve llovizna.
La ingenuidad del novato a los huracanes me hizo pensar que el ciclón iba a perder toda su fuerza apenas entrara a tierra, pero esa ingenuidad se convirtió en preocupación a eso de las 6 y algo de la tarde cuando la lluvia aumentó y fue acompañada por ráfagas de viento de una fuerza inusual para la ciudad de Liberia. He experimentado vientos con más fuerza en pleno verano en La Cruz de Guanacaste, pero nunca en Liberia. Las palmeras de los vecinos se movían, la electricidad iba y volvía, mi novia y mi papá me mensajeaban preocupados y yo únicamente pensando en dos cosas: sin electricidad tenía que rendir al máximo la batería de mi teléfono celular y la posibilidad de una "malacrianza" del río Liberia, que corre a unos 400m del lugar donde vivo.
Encendía mi teléfono esporádicamente para ser bombardeado por reenvíos de mensajes de auxilio de gente en Upala, Bijagua y Fortuna de Bagaces. Entre la angustia de los mensajes y tratar de mantener la cabeza fría y atenta a cualquier eventualidad, llegó el mensaje de una compañera de trabajo diciendo que el río Liberia se estaba saliendo en el centro de la ciudad. El mensaje me hizo meter en bolsas plásticas lo más preciado de mis pertenencias: mi pasaporte, los discos duros con fotos, mi laptop y los títulos de universidad. La lluvia seguía con un viento constante; escuchaba las ramas de los árboles quebrarse, mientras solo quedaba esperar con el teléfono en la mano a que pasara el huracán.
Paulatinamente llegó la calma. Salí junto con la vecina a ver cómo había quedado la calle para sorprendernos de que los daños eran mínimos: únicamente hojas y ramas delgadas fue lo que el huracán dejó esparcido. En el teléfono decían los mensajes que la calma era porque era el ojo del huracán, una calma esporádica seguida de más vientos y lluvia; en Liberia estábamos a la espera de ese segundo golpe.
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