Ultimo viernes en San Francisco
Ultimo viernes en San Francisco.
Fiesta de Dirtybird en Mezzanine.
Bailo y bailo y bailo y bailo con mi amiga Aja. Ella se va al baño o a fumar y yo sigo bailando entre el tumulto. En eso pasa frente a mi una de esas que fácilmente podría haber trabajado en las películas de Fellini y Antonioni. La escultura de carne sin querer me maja el pie. Me enojo y la vuelvo a ver con cara de esperar por lo menos una disculpa. Ella da un par de pasos sin voltear y finalmente decide volver a ver a la persona que recién empujó y majó. Al ver mi cara de disgusto la escultura decide hacer lo impensable y con una sonrisa me tira un beso con la mano. Sorprendido, casi instantaneamente decido hacer lo mismo y le respondo con otro beso tirado con la mano.
Ella sonríe y da un par de pasos rápidos hacia mi. Yo seguía moviéndome al son del techno-house del super Christian Martin sin esperar que la escultura de carne se acercara tanto. Ella llega rápidamente frente a mi y sin cara de malicia, sorpresa o ebriedad decide tranquilamente darme un beso en la boca… un beso que por el efecto de las luces estroboscopicas del lugar podría jurar que duró minutos. Ella luego sonrió, y sin pronunciar una sola palabra se alejó entre la multitud.
Efectos de una, varias o todas de las siguientes opciones: drogas, música electrónica y el aire extraño de San Francisco que vuelve locos a sus habitantes.
Gracias don San Pancho por llenar todos mis días de historias tan pintorescas.
Fiesta de Dirtybird en Mezzanine.
Bailo y bailo y bailo y bailo con mi amiga Aja. Ella se va al baño o a fumar y yo sigo bailando entre el tumulto. En eso pasa frente a mi una de esas que fácilmente podría haber trabajado en las películas de Fellini y Antonioni. La escultura de carne sin querer me maja el pie. Me enojo y la vuelvo a ver con cara de esperar por lo menos una disculpa. Ella da un par de pasos sin voltear y finalmente decide volver a ver a la persona que recién empujó y majó. Al ver mi cara de disgusto la escultura decide hacer lo impensable y con una sonrisa me tira un beso con la mano. Sorprendido, casi instantaneamente decido hacer lo mismo y le respondo con otro beso tirado con la mano.
Ella sonríe y da un par de pasos rápidos hacia mi. Yo seguía moviéndome al son del techno-house del super Christian Martin sin esperar que la escultura de carne se acercara tanto. Ella llega rápidamente frente a mi y sin cara de malicia, sorpresa o ebriedad decide tranquilamente darme un beso en la boca… un beso que por el efecto de las luces estroboscopicas del lugar podría jurar que duró minutos. Ella luego sonrió, y sin pronunciar una sola palabra se alejó entre la multitud.
Efectos de una, varias o todas de las siguientes opciones: drogas, música electrónica y el aire extraño de San Francisco que vuelve locos a sus habitantes.
Gracias don San Pancho por llenar todos mis días de historias tan pintorescas.
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